Teresa Wilms Montt, poesía, actitud, rebeldía
Desconocida para la mayoría de los chilenos esta poetiza chilena rompió con todos los cánones de la sociedad establecidos para una mujer de principios del siglo XX . Rebelde, amante de las tertulias y de la intelectualidad, tuvo que pagar un precio alto por ir contra la corriente y haberse atrevido a escribir y a ir mas allá de lo que se le tenía destinado. De esta manera perdío a sus hijas, su familia la trató de loca y tuvo que exiliarse para terminar muriendo de una sobredosis, triste y solitaria en Europa.
Desde hace algunos años la figura de Teresa Wilms Montt ha sido rescatada por medio de libros, artículos e incluso una película (Teresa, 2009). Pues bien es también nuestro deber aportar con la difusión de su nombre y su obra.
Teresa de las Mercedes Wilms Montt, nació el 8 de septiembre de 1893 en la ciudad de Viña del Mar, en el seno de una acomodada familia compuesta por Federico Guillermo Wilms Montt y Brieba, y su señora Luz Victoria Montt y Montt.
Era talentosa, bella ,culta y desde muy joven se rebeló contra el orden establecido.
Se casó contra la voluntad familiar con Gustavo Balmaceda Valdés, sobrino del presidente Balmaceda, tuvo dos hijas, Elisa y Sylvia Luz. A poco andar el matrimonio, comenzaron las desavenencias entre Gustavo y Teresa, principalmente debido a las molestias del primero ante la personalidad de su mujer, quien había comenzado a frecuentar tertulias y ateneos y se había adscrito a los ideales anarquistas y a la masonería. Gustavo reaccionó resguardándose en el alcohol y el juego.
Tras numerosos conflictos conyugales, Gustavo Balmaceda convocó a un tribunal familiar, el que decretó la pérdida de la tuición de sus hijas y su enclaustramiento en el Convento de la Preciosa Sangre, al que ingresó el 18 de octubre de 1915 y del que escapó en junio de 1916 con rumbo a Buenos Aires, ayudada por Vicente Huidobro.
En su destierro en Buenos Aires, colaboró en la revista Nosotros, en la que también lo hicieron en su oportunidad Gabriela Mistral y Ángel Cruchaga Santa María, entre otros.
En la capital Argentina gozó de un éxito arrollador en los círculos intelectuales de la sociedad publicando varios libros.
Posteriormente llegó Madrid, ciudad en la cual se relacionó con grandes figuras de las letras como Azorín, Pío Baroja y Ramón del Valle Inclán, compartiendo con ellos noches de bohemia y sueños de mundos mejores. Los cafés y el Ateneo de Madrid conocieron de su estilo rompiente y de su estética.
En 1920 se reencuentra con sus hijas, tras la partida de ellas enfermó gravemente debido a lo cual consumió una gran dosis de Veronal y falleció en Madrid el 24 de diciembre de 1921. En las últimas páginas de su diario, escribió: «Morir, después de haber sentido todo y no ser nada…».
Su impronta dejó huella en los intelectuales chilenos, Vicente Huidobro, dijo que “Teresa Wilms es la mujer más grande que ha producido la América. Perfecta de cara, perfecta de cuerpo, perfecta de elegancia, perfecta de inteligencia, perfecta de fuerza espiritual, perfecta de gracia..”
Por otro lado Joaquín Edwards Bello, la evoca envuelta en una capa negra con grandes flecos y un sombrerito de tul: “dio a conocer ese genio alerta, ágil y audaz de las artistas chilenas”.
Entre sus obras se cuentan “Páginas de mi diario”, “Con las manos juntas”, “Los tres cantos” (1917), “Del diario de Silvia”. También, “Inquietudes Sentimentales” (1917), “Cuentos para hombres que son todavía niños” (1918), “En la quietud del mármol” (1918), “Anuarí” con prólogo de Ramón del Valle Inclán (1918). En Chile se publicó una selección de sus obras bajo el título de “Lo que no se ha dicho” (1922).
En Lo que no se ha dicho, Teresa Wilms señalaba su destino, que era también su decisión y su mensaje: “Nada tengo, nada dejo, nada pido. Desnuda como nací me voy, tan ignorante de lo que en el mundo había. Sufrí y es el único bagaje que admite la barca que lleva al olvido” (1921).
Belzebuth
Mi alma, celeste columna de humo, se eleva hacia
la bóveda azul.
Levantados en imploración mis brazos, forman la puerta
de alabastro de un templo.
Mis ojos extáticos, fijos en el misterio, son dos lámparas
de zafiro en cuyo fondo arde el amor divino.
Una sombra pasa eclipsando mi oración, es una sombra
de oro empenachado de llamas alocadas.
Sombra hermosa que sonríe oblicua, acariciando los sedosos
bucles de larga cabellera luminosa.
Es una sombra que mira con un mirar de abismo,
en cuyo borde se abren flores rojas de pecado.
Se llama Belzebuth, me lo ha susurrado en la cavidad
de la oreja, produciéndome calor y frío.
Se han helado mis labios.
Mi corazón se ha vuelto rojo de rubí y un ardor de fragua
me quema el pecho.
Belzebuth. Ha pasado Belzebuth, desviando mi oración
azul hacia la negrura aterciopelada de su alma rebelde.
Los pilares de mis brazos se han vuelto humanos, pierden
su forma vertical, extendiéndose con temblores de pasión.
Las lámparas de mis ojos destellan fulgores verdes encendidos
de amor, culpables y queriendo ofrecerse a Dios; siguen
ansiosos la sombra de oro envuelta en el torbellino refulgente
de fuego eterno.
Belzebuth, arcángel del mal, por qué turbar el alma
que se torna a Dios, el alma que había olvidado las fantásticas
bellezas del pecado original.
Belzebuth, mi novio, mi perdición…
Madrid. 1919.
Lo que no se ha dicho
“Hay en mi alma un pozo muerto, donde no
se refleja el sol, y del que huyen los pájaros
con terrores de virgen ante un misterio de
cadáveres.
Mi alma es un palacio de piedra, donde habitan los ausentes,
trayéndome la sombra de
sus cuerpos para alivio y compañía de mi
vida.
Mi alma es un campo desbastado donde el
rayo quemó hasta las raíces, y donde no
puede florecer ni el cardo.
Mi alma es una huérfana loca, que anda de
tumba en tumba buscando el amor de los
muertos.
Mi alma es una flecha de oro perdida en un
charco de fango.
Mi alma, mi pobre alma, es una ciega que
marcha a tientas sin apoyo y sin guía”.