Bim Bam Bum, Santiago con Glamour
Sin querer y navegando por internet me encontré con un sitio espectacular, en donde se mostraba el trabajo realizado por David Rodríguez Peña en el Bim Bam Bum, el espectáculo revesteril más importante de Chile. Durante 20 años fue el epicentro de la llamada bohemia santiaguina, una época recordada por el glamour de grandes espectáculos que eran protagonizados por hermosas mujeres ataviadas en plumas y lentejuelas.
El 20 de enero de 1953 – en el Teatro Ópera – se inauguró y durante años nadie fue indiferente a la vida nocturna que se formó en torno al espectáculo revisteril. Bares, restaurantes, boites y teatros abiertos hasta la madruga y siempre llenos de público, creaban una atmosfera especial que se potenciaba con la presencia de elegantes mujeres vestidas con sus mejores trajes y joyas, generalmente, acompañadas por importantes hombres de negocios y de la política, quienes disfrutaban de buena música e interesantes conversaciones.
Como en esa época Huérfanos no era Paseo sino una calle con tráfico de vehículos, los mas lujosos automóviles de Santiago se estacionaban allí y en las calles vecinas. Es que ver el espectáculo era obligación, incluso para la crema y nata. Elegantes señores acudían con sus señoras pero la mayoría solos. Había que probar suerte. Por eso, los ramos de flores desfilaban hacia los camarines de las estrellas. Por supuesto que acompañados de inequívocas tarjetas.
Durante esas 2 décadas toda esta actividad nocturna se concentró en el área comprendida desde el sector de Mapocho hasta Avenida Matta. La figura de David Rodriguez se movía a paso seguro por ese mundo, siempre acompañado de su cámara. Hoy, gracias a su registro gráfico, podemos reconstruir un pasado que sigue brillando en el recuerdo de los protagonistas de esa época.
El Proyecto
La génesis del proyecto está ligado al descubrimiento hace 10 años de miles de negativos del trabajo del fotógrafo en que se retrataba el ambiente revesteril. Las películas habian permanecido guardadas por décadas en el desván de la casa de una amiga de la familia del artista. Como habían estado almacenadas en pésimas condiciones hubo que desarrollar un proyecto para la recuperación progresiva de los negativos.
Cabe aclarar que el Proyecto Cabaret no sólo busca rescatar el trabajo de Rodríguez Peña, sino que además pretende aproximarse a un momento de la realidad nacional capitalina representada por los personajes, espacios y sucesos fotografiados. Para ello, ha sido y es fundamental la participación de los protagonistas de aquella época.
Para revisar el registro fotográfico, puedes vistar la página de éste proyecto de rescate financiado por el fondart:
http://www.proyectocabaret.cl/
Cascadas de marabú en la calle Huérfanos
Y por entonces el Paseo Huérfanos era una calle más del centro de Santiago, una arteria comercial llena de cines donde la gente se amontonaba en la estrecha vereda del Teatro Opera, para conseguir a gritos una entrada a la función nocturna del Bim Bam Bum; la compañía teatral de revistas eróticas que hacía desfilar bosques de piernas, enfundadas en medias Labán por las bambalinas roñosas del escenario. Y eran varios los teatros que presentaban un Brodway hilachudo para la ilusión de glamour que trasnochaba la velada bohemia finalizando los sesenta. Existía el Humoresque en Avenida Matta y el Picaresque en Recoleta, copias más picantonas y menos refinadas donde evacuaba la calentura el choclón obrero, la platea hombruna y delirante con la vibración de la celulitis en el vedeteo pilucho de las tablas: Allí los puntos corridos y las cicatrices de apéndice, maquilladas con Brix-Cake, completaban el deterioro del edificio, eran parte del guión-humor donde la carne, el sexo fallado y su fatalidad eran la risotada del comentario, el reír de sí, colectivizando el pellejerío bufonesco que ironizaba el subde-sarrollo en su erizado güeviar.
Eran varios los teatros de revistas, pero ninguno como el Bim Bam Bum y su esplendor lamé dorado y cortinajes de felpa que se abrían al estruendo de la orquesta. Por ahí había más presupuesto, más money para diluviar la noche de estrellas importadas, vedettes del Teatro Maipo de Buenos Aires que iluminaban la cartelera con el ampolleteo de sus nombres, mes a mes, la novedad expectante escribía en la marquesina las letras de: Nélida Lobato, luciendo su espectacular tocado de marabú que había usado en el Lido de París. Susana Giménez, y su gran porte de bomba argentina que dejaba a los transeúntes tartamudos cuando ella salía del teatro. Moria Casán, y el temblor caliente de su tetada generosa, ahí, casi al alcance de la mano de los jubilados transpirando frío con el zangoloteo voluptuoso del tapapecho porteño, de la carne porteña, por cierto más despampanante que la geografía local. «Pero son tan pesadas y grandotas», se quejaban los bailarines colihüillos que debían levantarlas en el aire. «Hay que ser Hércules para subirse al hombro a esa Susana Giménez que pesa como una vaca», comentaban en el camarín, pintándose como puertas las locas flacuchentas acompañantes coreográficas de las diosas.
Pero no siempre la primera vedette era importada, por acá se emplumaba el traste la linda Pitica Ubilla, la primera vedette nacional que arrancaba gritos, vivas y aplausos con su hermoso cuerpo de Venus latina. Ella nunca fue tan exuberante como sus compañeras bonaerenses, pero se pavoneaba de igual a igual desplegando la seducción familiar, herencia materna de todas las Ubilla que subieron a las tablas. El famoso Clan Ubilla de tías, sobrinas y nietas, afroditas locales del vedetismo que se trasmitieron por el cordón umbilical el equilibrio mambero de los tacos. Desde chicas, jugando con plumeros, aprendieron a descender con estilo la escalera iluminada del Bim Bam Bum, donde todas alguna vez llegaron, pero fue Pitica quien se consagró reina en las noches rumberas del Opera. El nombre se lo puso en homenaje a Lucho Gatica, a quien le decían Pitico y se molestó por el abuso de confianza. Aun así, esta diva se ganó los aplausos del público que repletaba la sala. De todas las comunas, de todos los barrios, la gente venía a reírse con los sketch de Manolo González, Iris del Valle (La Pelá), Carlos Helo, Mino Valdés, y tantos personajes que pasaron por el teatro de calle Huérfanos. Como la larga lista de cantantes y actrices universitarias que cumplieron el sueño azul de empilucharse y lucir el canastillo de plumas en la cabeza. Así llegó Fresia Soto, la morocha cantante nuevaolera de acrílicos ojos calipso, y cantó su «Corazón de melón» arrebolada de boas rosas. Después le tocó el turno a Peggy Cordero, la actriz heroína del Cine Amor, la belleza de ojos dormidos verde mar, que encandiló a todo el país con su escultura curvilínea en las portadas de los diarios. Luego vinieron las bailarinas de ballet, Rosita Salaverry y Magaly Rivano, quienes fueron duramente criticadas por frivolizar la danza clásica en el cabaret de las chicas ligeras de ropa. Pero entre más se escandalizaba el medio cultural de entonces porque las niñas universitarias del teatro y la danza mostraban el cuero en bikinis de lentejuelas, más numeroso era el público que llenaba la penumbra estelar en las noches del Opera.
También en la escandalera de esos años que hervían de cambios sociales, juveniles y sexuales, se anunció a todo bombo la visita de Coccinelli al Bim Bam Bum, el primer homosexual francés que se cambió el sexo en París. Y el tumulto a la entrada del Opera era un empujar de santiaguinos curiosos que deseaban ver este milagro de la cirugía. Y todos quedaron mudos cuando Coccinelli bajó del auto en un relámpago de flashes. Era más bella de lo imaginado, con su pelo aluminio, sus grandes ojos verdes, y el par de mamas como rosados melones que desembolsó en el escenario para el estupor del público. «Todo es falso, puro relleno», murmuraban los bailarines colisas sapeando envidiosos tras las cortinas.
Llegados los setenta, el golpe militar seguido del toque de queda, desanimó las noches putifarras en la catedral del vedetismo. Las funciones de las diez se adelantaron a las siete, y era raro asistir al espectáculo tan temprano. Además la censura política del régimen afectó el doble filo del humor, y poco a poco fue desapareciendo la costumbre popular del teatro revisteril. El Bim Bam Bum fue el último en cerrar su cortinaje de brillos, cuando una empresa inmobiliaria compró la propiedad que ocupaba el teatro Opera en la calle Huérfanos para convertirla en galería comercial. Sólo dejaron para el recuerdo, la pretenciosa fachada de columnas y el arco de ingreso, como una cáscara hueca que adorna nostálgica el plástico vidriero del Santiago actual. Sólo eso quedó de aquella fiesta, y por cierto alguna vieja vedette que, en su casa, acaricia las plumas lloronas de ese extinguido resplandor.